1/24/2008

Una roca en el desierto

El mar es lo más maravilloso apreciado por la humanidad. El inescrutable pasar del tiempo que se descubre en las olas, el andar del mundo, donde a veces se encuentran cosas únicas que no volverán a pasar. Debido a que el mar es infinito e inabarcable, sabemos donde estamos, que somos. Por eso, observar la inmensidad del mar nos permite sentirnos acompañados. Por lo menos esos sentimientos me abarcan a mí.

Eso sentí aquella vez, es esa pasión por el mar y por el desierto que, si bien son diferentes, a la vez son parecidos. La consistencia de la arena, lo que guarda cada grano y cada una de las construcciones de un pueblo antiguo, viven por siempre en las antiguas pirámides. Formadas y construidas de formas increíbles con pequeños pasadizos en los cuales hay una macabra carrera por la vida; por otro lado, están los hermosos palacios y esa capacidad de dejar su historia en los jeroglíficos grabados en la fría piedra, que llenan cámaras enteras. Era lo único en lo que podía pensar mientras el calor me nubla el pensamiento.

Perderme de la caravana no fue más que un accidente: las consecuencias fueron el problema. Me llevaron a caminar solo por el desierto, sin rumbo fijo. No fue divertido, como había imaginado cuando formé un grupo experimentado de arqueólogos en búsqueda de dos pueblos perdidos, que intentaban no ser descubiertos. Todo fue culpa de una tormenta de arena, al menos eso he querido pensar. Quien sabe si los demás me abandonaron a propósito; sin embargo de nada sirven o ayudan estos pensamientos.

Cuando todo sucedió me encontraba dormido. Al despertarme me descubrí sin más que mis lentes y todo el desierto a mí alrededor. No encontré huellas. Caminé entonces unas cuarenta millas. Ahora, llevo casi un día sin agua, aunque si no fuera gracias a los lentes me encontraría ya muerto, quizás hundido en alguna arena movediza. De todas formas parece un fin inevitable: sin agua nadie puede durar demasiado. Mi cuerpo ha caído vencido; la cabeza me arde, al igual que los labios, que recuerdan al cuero que se vende en los mercados y en las plazas. Mi cara toca la arena que evoca el reflejo del sol, mientras se plasma en mi cara como un insoportable calor. He sentido mi mente nublarse y el sueño ha llegado, y ha sido más largo de lo habitual. Sin embargo al despertar, sin señas de haber descansado, he observado que el sol continuaba en lo alto, como si fuera un castigo de los crueles Dioses del Olimpo, contra un insecto sin importancia. De todas formas, he seguido, como si el masoquismo me llevara a donde el quisiera: he sentido servir como un perro al destino. Mientras caminaba vi pasar y dejarse llevar a un pequeño escarabajo pelotero, antiguamente adorado, ya que era comparado con el sol por que cargaba detrás de si una bola de estiércol acumulada alrededor de su vida.

En verdad es una curiosa comparación esta del sol con el escarabajo. Y así lo siento como un dios inexorable; Es un castigo. Estas pequeñas hondas que nos llegan con la única intención de molestarnos, son tan molestos como el brillo de este sol, del que se me hace imposible encontrar una escapatoria. Cada uno de los pasos que me hace dar me hace maldecir cada momento, sin que pueda esperar otro alivio que el de la noche. Pero la noche nunca llega: por esa manía del sol de ir tan lento que uno quisiera que toda explicación y todo el mundo se acabara para que llegue la noche. Sin embargo, cada uno de los pequeños pasos que da lo hace parecer a un reloj que lo único que hace es torturarnos indefinidamente.

Sin embargo todo pasa. Llega la noche y me siento como si me encontrara en mi casa, para ver la luna. Los astros que para los egipcios eran el destino, para mí son la belleza inalcanzable, la perfección. Ver los astros es verte en el espejo. Identificarte con una estrella, con un rayo de luz, es algo tan perfecto que solo puede ser interrumpido o dañado por la angustia, el olvido o el hastío . Sin embargo, por más cansado que estuviera, el conjunto era lo único importante: no importaba nada más mientras se supiera que allí estaba. La teoría según la cual el danubio nació de un grifo tampoco importa. Lo único en verdad valioso es que se trata de algo superior a nosotros, y es para nosotros. Existan o no las teorías, esas estrellas seguirán existiendo, salgan de donde salgan, del bing bang o de un grifo mágico.

Escrito por: Alexander Piedra
Editado por: Patricio Briceño

1/22/2008

Narrativa


La Narrativa es la especialidad literaria que se dedica a contar historias, eventos y sucesos en diferentes modalidades. Las principales modalidades son: El cuento, la novela, la leyenda y el mito.
Todas estas modalidades tienen un factor común que es el hecho de que narran. La narración requiere un principio y un fin y una secuencia de las acciones en el tiempo, que constituyen el hilo narrativo. A través del hilo narrativo seguimos el curso de los acontecimientos que se suceden a través de dos formas: la descripción
y el relato. La descripción nos ofrece una profusión de detalles sobre el objeto u evento descrito.